E-mail de Celia a Pedro
Querido Pedro:
¿Qué tal te va la vida? Bien, espero. Te podría haber llamado por teléfono, pero he preferido escribirte un e-mail para no dejarme nada en el tintero y porque no sé si sabría aguantar las lágrimas. Lo que te voy a contar es muy duro para mí.
El domingo pasado, 5 de noviembre, recibí un correo electrónico de Asier en el que me decía cosas espantosas sobre mí. Sus palabras me hicieron llorar. Pero, antes de seguir, creo que es mejor que leas su e-mail:
¿No te parece horrible y sobrecogedor? El correo me desconcertó sobremanera porque siempre he considerado a Asier un gran amigo, y estas palabras no parecen salidas de él. Sé que últimamente ha tenido problemas, pero no me los ha querido contar a pesar de que le dije varias veces que conmigo podía tener plena confianza.
Al leer su e-mail lloré por lo fuerte que me sonaron sus palabras y por el duro golpe que supone que un amigo te rechace de una forma tan desproporcionada. Pero también debo confesarte que algunas de mis lágrimas se debieron a que parte de lo que Asier dice es cierto.
Yo soy una persona feliz, de verdad. Bueno, tú ya lo sabes. El caso es que a veces siento que la gente me mira mal y por la calle nadie me devuelve las sonrisas. Además, muchos se ríen de mí cuando voy cantando mientras paseo. Cuando pregunto a desconocidos a ver qué tal están y qué tal les va la vida, me miran de arriba abajo y se dan la vuelta. Pero lo peor ocurrió el otro día. Eran las ocho de la tarde del sábado, yo iba por la calle, que a esas horas siempre está abarrotada de gente. No había música, era de noche, hacía frío y el ambiente era triste, así que decidí sacar mi armónica y bailar mientras entonaba una melodía. Entonces me di cuenta de que la gente empezaba a sonreír. Pero no soy estúpida, sé que las sonrisas no eran de felicidad, sino que sonreían porque yo les hacía gracia. Al principio dudé si seguir o no, pero finalmente pensé que estaba en mi derecho de expresar mi alegría da aquella forma, así que continué. A pesar de los gestos de desaprobación, yo era feliz. Pero pronto llegué a un callejón que estaba prácticamente desértico y, mientras seguía danzando y tocando la armónica, alguien me empujó por detrás y me choqué contra un buzón de correos. Perdí el conocimiento. Al despertarme, me habían puesto cuatro puntos en la frente.
Así que últimamente pienso que Asier puede tener razón y que, efectivamente, doy pena, no soy normal y me entrego demasiado a los demás. La verdad es que muchas veces las personas a las que ayudo no me dan las gracias. Pero eso nunca me ha importado… hasta ahora que estoy dudando de todo. Nunca me había sentido así.
Con todo esto, te pido tu opinión, Pedro. ¿Crees que debo cambiar? ¿Qué crees que me ocurre? Espero tu respuesta.
Un beso y hasta pronto:
CELIA
P.D.: Te pido que intentes ayudar a Asier ya que yo no puedo.
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